Friday, April 19, 2024
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Haití, el vecino invisible

Foto de Mauricio Pascual, Colección de fotos de El Mundo, Biblioteca Digital UPR, 6 de octubre de 1980.

El pasado 12 de mayo la costa del oeste volvió a ser el escenario fatal donde decenas de migrantes que buscaban una mejor vida encontraron la muerte.

La isla de Desecheo, bajo jurisdicción de Mayagüez, fue el lugar donde la yola en la que viajaban unas 70 personas naufragó. Del total de los pasajeros, 38 fueron rescatados con vida. Por su parte, 11 cuerpos de mujeres fueron sacados del mar sin signos vitales.

El resto del pasaje, 32 personas, están desaparecidas. A pesar de los esfuerzos de rastreo de la Guardia Costera nunca lograron identificar más supervivientes.

Tanto las 11 mujeres fallecidas como 36 de los 38 migrantes auxiliados eran de nacionalidad haitiana. Haití, a pesar de ser un país caribeño y por lo tanto vecino de Puerto Rico, pasa la mayor parte de las veces bajo el radar en la conversación y el análisis político y mediático.

Ayití, el pecado original de América Latina

Para comprender en profundidad el contexto del país antillano y su fenómeno migratorio, Visión conversó con Melody Fonseca, profesora de la Universidad de Puerto Rico (UPR), egresada del Colegio de Mayagüez, investigadora del Instituto de Estudios del Caribe, directora de la revista Caribbean Studies y experta en Haití desde el campo de las Relaciones Internacionales. 

Fonseca responde en clave histórica a la pregunta del porqué del rezago económico del país y su atraso secular respecto a otros países de la cuenca del Caribe.

Haití fue el primer país independiente de la región gracias a una revolución liderada por personas esclavizadas”, expresó Fonseca.

Según la profesora de la UPR, Francia, la metrópoli colonial que salió derrotada de la guerra de independencia, obligó a la primera nación antillana al pago de indemnizaciones, negando a su vez relaciones comerciales bilaterales.

Los haitianos mordieron la manzana de la libertad sin saber que estaban cometiendo un pecado mortal en la lógica colonial: herir el orgullo metropolitano.

Ayití -nombre en creole– es a América Latina lo que Adán y Eva al cristianismo: la mácula que obliga a humillarse ante el creador, a pedir perdón y sentir vergüenza por el acto cometido.

“Francia impuso una indemnización a la nueva república para pagarle por la quema de las plantaciones y por la pérdida de la mano de obra esclavizada. Haití surge como un estado endeudado, con una deuda que terminó de pagar mucho tiempo después”, explicó Fonseca.  

No fue sólo Francia quien se negó a reconocer su autonomía en los albores de su experiencia republicana. También los Estados Unidos se negaron a tener relaciones con Haití, por lo que su economía se vio grandemente afectada.

A estos problemas de reconocimiento internacional en su primera etapa como país independiente se sumó posteriormente el intervencionismo norteamericano que llevó al naciente imperio estadounidense a ocupar en 1915 el territorio haitiano de La Española.

“Estuvieron 19 años, con un proceso similar a Puerto Rico: se intentó asimilar el país a la cultura norteamericana, pero en 1934 se van en medio de una reacción nacionalista. Y ahí surge Duvalier, que termina siendo dictador por casi 50 años”, abundó la profesora. 

Luego vino un golpe de Estado y una Junta Militar, el ascenso al poder de Baby Doc, hijo de Duvalier, la represión y exterminio de la oposición mediante los Leopardos y los Tonton Macoute, y finalmente la llegada de la democracia en 1991, siempre incompleta y trufada de golpes, revueltas callejeras, etc.

“Ha sido difícil que haya un Estado que ejerza la democracia, y más ahora con el neoliberalismo. Antes, a pesar de los problemas, el gobierno hacía hospitales y escuelas. Ahora en Haití se da el fenómeno de la sustitución del Estado por organizaciones sin fines de lucro”, denunció.

Este fenómeno es lo que algunos expertos llaman la ‘oeneigización’ de los países, es decir, cuando las organizaciones sin fines de lucro ocupan el espacio que se supone corresponde al Estado.

“Haití es un país receptor de ayuda de cooperación al desarrollo, pero este dinero en vez de llegar al Estado se queda en ONG’s de los mismos países donantes, y lo que llega a la comunidad es muy poco. Eso hace a Haití muy vulnerable”, lamentó. 

Fruto de este contexto histórico sujeto a deudas impagables, invasiones y dictaduras, y al avance del neoliberalismo y el saqueo de los pocos recursos del país a través de la ayuda humanitaria, Haití es la nación más pobre del hemisferio.

Pero Fonseca matiza: “No podemos dejar de lado la responsabilidad del país y la lógica de corrupción endémica, tanto de las élites militares como de la élite vinculada a Washington”. 

Huyendo de la pobreza

Esta situación provoca que miles de haitianos decidan cada año abandonar el país para buscar nuevos horizontes laborales y de calidad de vida. Del total de migrantes haitianos, más de 700,000 viven en Estados Unidos, y cerca de 500,000 lo hacen en la vecina República Dominicana.

De hecho, parte de esos haitianos que primero acceden a suelo dominicano lo hacen para luego pasar a Puerto Rico o Estados Unidos. De igual forma, la mayoría de los que recalan en Puerto Rico lo hacen pensando en luego saltar al territorio continental de EE.UU.

Por eso, Fonseca cree que nuestro país tiene un grado de responsabilidad en que estas tragedias no se repitan y en fomentar una política migratoria que respete y garantice los derechos humanos en el Caribe, evitando deportaciones y detenciones de personas en tránsito.

“Nuestras costas y fronteras están reguladas por los EE.UU., pero si hubiera voluntad política en el gobierno de Puerto Rico hay cosas que se podrían hacer. Podríamos hacer ciudades santuario, garantizarles algún tipo de estatus migratorio y proponer una política más humanitaria. Es urgente que Puerto Rico piense cómo va a manejar esto con los poderes que tiene”. 

Por último, la doctora y experta en Relaciones Internacionales manifestó su escepticismo con la forma en que la ciudadanía en general afronta el drama migratorio en nuestro país.

“Mi opinión es pesimista. Nuestra percepción hacia los migrantes es ambigua, no es un rechazo abierto, pero no tenemos una idea de cómo lidiar con la migración. Cuando surge la noticia terrible las reacciones son solidarias, pero se queda en eso, no estamos pensando en una posición de justicia y de derechos”, reflexionó Fonseca. 

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